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EL MISTERIOSO CASO DE LA VIUDA NEGRA

Imagen relacionada CAPITULO 2

- ¿A caso la conoces? -Quiso saber Elena interesada.

-Desde luego, es mi vecina y te puedo asegurar que es una mujer elegante, dulce, sensual y tiene muy buen cuerpo para sus 65 años-.Le contaba yo a mi jefa. 

-Ósea una viuda negra en toda regla y casada con un tipo de hombre que solo se deja guiar por el sexo y bastante sumiso, por lo que he sospechado al oír su voz-.Opinaba ella con seguridad absoluta.

Eran las 12 del medio día  y yo aún no sabía cómo enfrentarme a mi vecina, cuando su marido el señor Alejandro Fernández entraba en la oficina de mi jefa, tras lo cual ella se quitó el sombrero que hasta entonces había lucido en la cabeza, echó la persiana al tiempo que decía-Muy bien Sr. Fernández empecemos con el interrogatorio-. 

Lo siguiente que se es que en ese momento descubrí que el despacho de mi jefa estaba insonorizado ya que no alcanzaba a oír lo que allí se debatía. Yo como soy una de esas personas que se atormenta dando muchas vueltas a la cabeza cuando algo le preocupa, me apresuré a irme a ver a mi vecina, la cual se encontraba en el jardín de su adosado arreglando las flores de este.

-Bonitas petunias-Comencé diciéndole yo.

-Gracias, las he comprado esta mañana en una nueva floristería que hay cerca de aquí-Me informaba ella amablemente, hizo una breve pausa, tras lo cual descargó toda la frustración que llevaba conmigo como si de un psicólogo se tratara- Ojala mi marido tuviera la misma sensibilidad que tu y fuera la mitad de hombre que tu-.

-¿Por qué te casaste con él?- Le pregunté yo en apariencia despreocupadamente.

-Por soledad, pero sabiendo a día de hoy lo que se de él, debo admitir que se me ha pasado por la mente serle infiel, porque me asquea su forma de ser y no me importa decírtelo mi fantasía es que sea contigo- Se sinceró Araceli conmigo.

Yo sintiéndome ultrajado y engañado por  mi jefa, me lancé a sus brazos y cerrando los ojos para engañarme a mí mismo, allí sobre la tierra húmeda, le hice el amor  hasta caer  ambos agotados,  presos de semejante frenesí.

Lo que yo ignoraba, es que este hecho había sido presenciado por una persona en concreto, la cual sería muy importante en la resolución del caso.

A los pocos minutos llegó el marido, el cual a pesar de haberme pillado casi  sobre su mujer me saludaba con un alegre-Hola Iván, nos vemos de nuevo las caras-.

Me dio tanta rabia ver su cara de felicidad después de haber pasado por la agencia de detectives de Elena, que decidí hacerle una visita en plena noche, de la cual más tarde me arrepentiría, sobre todo al ver que no estaba en su casa y pensar que estaba con mi jefa haciendo vete a saber qué y donde, ya que mi imaginación se ponía en las situaciones más morbosas.

Al día siguiente desperté de nuevo en mi despacho, pero en esta ocasión estaba desnudo y envuelto en una sustancia gelatinosa y pegajosa.

-No sé qué harás desnudo en tu despacho, pero mejor que te vistas ahora mismo y me acompañes a casa de tu vecina, ella y su marido han aparecido muertos y debemos desentrañar el caso que por cierto todo apunta a que tiene que ver con el que llevamos ambos entre manos-Me informaba ampliamente ella con voz severa.

En 15 minutos estaba yo duchado, vestido y afeitado y en otros 15 nos personábamos en el lugar de los hechos para descubrir un doble y terrible asesinato.

El forense que parecía tener una gran magia con Elena le explicaba ignorándome a mi-No sé si te lo habrán dicho ya, pero ella ha muerto de un ataque al corazón por su cara es una fuerte impresión que se ha llevado, en cuanto a él una fiera salvaje le ha arrancado las vísceras y le ha roído los huesos-.

-¿Cuándo sucedieron los hechos?-Quiso saber ella pensativa.

-Por el rigor mortis anoche entre las 10 y las 12-Le informaba Víctor a Elena.

-Cuando te pones técnico, no sabes lo que me gustas-Le aseguraba ella con una chispa de fuego en los ojos.

-Esta noche actúo en el Índigo, espero verte allí, por supuesto  tienes entrada vip-. Le informaba el forense a mí jefa, tras lo cual me miró a mí con desprecio en tanto le preguntaba a ella con cierto asco-¿Quién es este tipo?-

Ella, mirándole a los ojos, muy sugerente le contestó- Tan solo alguien que trabaja para mí-. Dicho esto le besó en los labios apasionadamente.

La sangre me hervía en aquel momento, para que negarlo deseé que estuviera tan muerto como el difunto Sr. Fernández, entonces me di cuenta que quizá debería enfocar mi ira hacia clases de Pilates para aprender a relajarme, pues el problema real era Elena Garrido y no puedes odiar a quien amas.

Así que en contra de mi voluntad los dejé allí, besándose apasionadamente en la boca y me dirigí a casa de otra de mis vecinas Rosalía de Castro y Prada que daba Pilates una vez a la semana en el jardín trasero de su casa, para saber si me aceptaba en sus clases.

-Hola Iván, ¿Estás bien? Te veo muy cabizbajo-Me decía Rosalía, saliendo a mi encuentro.

-Nada Rosalía, lo de siempre- Le aseguraba yo sin ganas de dar más explicaciones.

-Déjame que adivine, mal de amores. Si puedo hacer algo por ti…- Me decía ella como si supiera de qué le hablaba.

-Sí, aceptarme en tus clases de pilates-. Le contestaba yo circunspecto y pesaroso.

-Tengo muchas mujeres y ningún hombre, así que un cambio no estará mal, siempre que no te importe ser el único hombre entre 14 mujeres, 15 conmigo-Me informaba Rosalía.

Yo, conociendo su fama de casamentera y celestina le testificaba-Por lo único que me apunto es para relajarme, no me interesa poner un parche a mi destrozado corazón, porque la mujer que amo ni se entera de que estoy vivo-.

-El amor es complicado, Iván-.Me trataba de consolar ella.

-Supongo que tienes razón-Asentía yo resignado.

Aquella noche decidí seguir a Elena a ver que hacía con aquel mequetrefe y sobre todo para enterarme de que era el Índigo, pues me había quedado muy intrigado.

La seguí hasta su casa, eran las 10 de la noche y las luces de una de las habitaciones estaba encendida.

Me asomé por la ventana y para mi disgusto estaban ambos en pleno acto con ella sobre él penetrándole al tiempo que le arañaba el pecho.

Acabaron de hacer el amor y ella le lamió a él todas las heridas que le había hecho con sus largas y afiladas uñas rojas, como sí así pudiera curarle.

 Yo, me dirigí al centro de la urbanización y al ver salir a Elena desnuda, el corazón me dio un vuelco, por lo cual corrí a esconderme tras un árbol.

-No seas tímido se que estás ahí y que me has estado observando, lo he notado-Me decía ella saltando delante de mí.

-¿Dónde está él ahora?-Quise saber yo avergonzado.

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